El cierre del proyecto de Vinculación con el Medio ejecutado por el Departamento de Nutrición y Dietética de la Universidad de Atacama (UDA) fue un virtual encuentro entre la tierra y el saber a través de la colaboración entre la academia y la agricultura campesina a través del programa Prodesal del Instituto de Desarrollo Agropecuario (Indap) y los municipios de Vallenar y Copiapó.
Era una experiencia que involucró a casi un centenar de estudiantes y 30 productores y en la sala de la Cámara Municipal de Copiapó, aún resonaban los ecos de pasos apresurados y murmullos que se mezclaban con el crujir de las sillas, se fue llenando poco a poco aquélla jornada del 18 de julio que se anunciaba fría, con un sol que luchaba por atravesar la bruma que se posaba sobre la ciudad, era una atmósfera que parecía presagiar la importancia de lo que ahí acontecería.
Lorena Peña, académica del departamento de Nutrición y Dietética de la universidad pública regional, al igual que muchos otros en esa sala, había recorrido un largo camino para llegar a ese día. Su discurso, impregnado de la pasión que caracteriza a quienes creen en lo que hacen, abrió la ceremonia con una claridad que contrastaba con la complejidad del proyecto A+S (Aprendizaje más Servcios) que ahora se clausuraba. Pero no era un cierre cualquiera; era la culminación de una simbiosis entre la academia y la tierra, entre los jóvenes aprendices y los experimentados campesinos que, aunque separados por años y contextos, se encontraban ahora unidos por un objetivo común.
Las fichas técnicas, resultado tangible de meses de trabajo, fueron presentadas con un ceremonioso respeto, casi como si cada una de ellas fuera un pequeño homenaje a los esfuerzos de aquellos productores de Copiapó y Vallenar, quienes día tras día luchan contra la sequía, la falta de acceso a agua potable y la distancia abismal que los separa de los mercados formales. Esas fichas, cargadas de datos y evaluaciones, no eran simples documentos; representaban la esperanza de una agricultura familiar campesina que se niega a desaparecer.
La responsable ingeniera en alimentos y responsable de la iniciativa aseveró que “aunque este objetivo no se logrará inmediatamente, el proyecto es valorado por usuarias de PRODESAL que ven posible alcanzar sus proyectos con la ayuda de las y los estudiantes de Nutrición. Esperamos que otras carreras se integren aportando soluciones a las distintas problemáticas que presenta la agricultura familiar campesina de Atacama”, puntualizó Lorena Peña
La directora regional de INDAP, Paola Torres González, tomó el micrófono y recordó a los presentes lo difícil que es para los productores locales acceder a esos mercados que parecen exigir siempre un poco más, como si el esfuerzo de cultivar en Atacama no fuera ya de por sí suficiente: “Una de las barreras que enfrentan nuestros productores es acceder a mercados formales, que son más exigentes en cuanto a requisitos sanitarios y de calidad. La colaboración con la Universidad de Atacama es fundamental para eliminar estas barreras y garantizar que los productos de nuestra región cumplan con los estándares necesarios”, expresó Torres, quien además, agradeció el compromiso de la universidad y del estudiantado por su apoyo continuo a este sector, que históricamente ha sido relegado en las políticas públicas. Y sus palabras no caían en saco roto, porque cada una de las personas presentes sabía que, sin el respaldo de la academia, las puertas que ahora se entreabrían habrían permanecido cerradas.
Ivonne Ángel, la coordinadora de Prodesal de la Municipalidad de Copiapó, era consciente de la importancia de la calidad, tanto sanitaria como organoléptica, en la producción local. Pero lo que verdaderamente resonó en la sala fue su insistencia en la soberanía alimentaria, una lucha que va más allá de los productos y que busca proteger algo tan esencial como el derecho a decidir qué y cómo se cultiva.
El estudiante de Nutrición y Dietética, Adrián Rojas Mujica, quien fue parte de este proceso, compartió su experiencia en el proyecto. Él, como muchos otros, había llegado a ese proyecto con la intención de aprender, pero lo que encontró fue mucho más profundo: un sentido de responsabilidad hacia su comunidad, una comprensión de que su futura profesión no sería simplemente un medio para ganarse la vida, sino una herramienta para transformar realidades. “Ser parte de este proyecto ha sido fundamental en mi desarrollo como futuro nutricionista. He podido aplicar mis conocimientos en un contexto real, contribuyendo a la seguridad alimentaria de la comunidad y adquiriendo una mayor comprensión de la importancia de nuestra labor”, manifestó el profesional en formación.
Los productores, como Mackarena Sánchez, escuchaban con atención. Para ellos, el conocimiento técnico no era solo útil, era una necesidad vital en un entorno tan adverso como el de Atacama. “Estamos muy contentos como familia con los resultados de este programa. Nos ha permitido mejorar nuestros procesos y garantizar que nuestra producción sea segura y de calidad. Ahora entendemos mejor la importancia de potabilizar correctamente el agua y aplicar técnicas actualizadas en la producción de alimentos”. Ella, como muchos otros, veía en ese proyecto una tabla de salvación, una oportunidad para asegurar que su esfuerzo no fuera en vano.
La ceremonia avanzaba, y con cada intervención, la sensación de que algo había cambiado en la relación entre la universidad y la comunidad se hacía más palpable. No se trataba solo de un proyecto académico; era un puente construido con esfuerzo y colaboración, un camino que, aunque lleno de obstáculos, se había recorrido con la convicción de que el futuro podía ser mejor.
Mario Mariñán, coordinador de Prodesal de Vallenar, por su parte relevó “la necesidad de cultivar y producir alimentos inocuos es fundamental para nosotros, que abastecemos a las personas y al territorio. Este proyecto nos ha permitido acceder a la asesoría que necesitábamos para garantizar que nuestros productos cumplan con los estándares necesarios y puedan llegar a nuevos mercados”. Sus palabras no eran solo un recordatorio de la importancia de la seguridad alimentaria, sino una llamada a la acción, un recordatorio de que el trabajo conjunto entre la universidad y los productores locales no podía detenerse allí.
Cuando la ceremonia finalmente terminó, y los presentes comenzaron a abandonar la sala, el eco de las palabras dichas quedó suspendido en el aire. Afuera, la bruma se había disipado, dejando que el sol iluminara las calles de Copiapó. Para los agricultores y las agricultoras, para los estudiantes y las académicas, ese día marcaba no solo el fin de un proyecto, sino el inicio de algo más grande, algo que no podría medirse en fichas técnicas ni en discursos, pero que latía en el corazón de cada uno de ellos: la esperanza de un futuro en el que el conocimiento y la tradición se unan para cosechar algo más que alimentos, para cosechar sueños.