Columna de opinión por: María Paola Vieytes Carrizo, Magíster en Salud Pública, Directora Proyecto Salud Digital Atacama
Las enfermedades cardiovasculares siguen siendo la principal causa de muerte en Chile. Detrás de esta cifra nacional existen realidades regionales que marcan la diferencia en cómo se vive y se enfrenta este riesgo. En Atacama, el aislamiento geográfico y las desigualdades sociales se combinan para crear un escenario particularmente desafiante.
A nivel nacional, la Encuesta Nacional de Salud 2016-2017 reveló que un 27,6% de la población adulta vive con hipertensión arterial, un 12,3% con diabetes y cerca de un 40% presenta alteraciones en los niveles de colesterol. Estos factores de riesgo —muchas veces silenciosos— explican por qué uno de cada tres chilenos muere a causa de un infarto, un accidente cerebrovascular o una insuficiencia cardíaca.
En Atacama, los datos locales refuerzan esta preocupación. Pese a que casi 40 mil personas están bajo control cardiovascular, las estimaciones sugieren que al menos entre 20 y 30 mil más viven con hipertensión, diabetes o dislipidemia sin control regular. Esa brecha refleja la magnitud del desafío regional: no basta con quienes llegan al CESFAM; es necesario fortalecer la pesquisa activa, especialmente en adultos jóvenes menores de 45 años que ya presentan un alto riesgo cardiovascular.
Ante este panorama, el Mes del Corazón no puede quedarse solo en la entrega de consejos individuales. El enfoque salutogénico ofrece una mirada distinta: en lugar de centrarse únicamente en los factores que enferman, invita a reconocer también los recursos que protegen y dan sentido a la vida de las personas. Entre ellos destacan los esfuerzos del sistema de salud —atención primaria, acceso a medicamentos y nuevas herramientas digitales que permiten monitorear a distancia la presión arterial o la glicemia— junto con los recursos sociales y comunitarios, como las juntas de vecinos, las organizaciones locales, los espacios públicos para la actividad física y las redes de apoyo que fortalecen la cohesión colectiva.
El desafío regional es articular estos tres niveles: el compromiso individual con hábitos saludables, las políticas públicas que garantizan acceso y equidad, y la participación activa de la comunidad. Cuidar el corazón no depende solo de que una persona decida comer mejor o hacer más ejercicio; también exige un sistema de salud sólido y una sociedad organizada que promueva entornos favorables y estilos de vida sostenibles.
La salud digital puede ayudar a acortar distancias y llegar a localidades apartadas, mientras que las iniciativas comunitarias impulsan cambios duraderos en los hábitos cotidianos. Porque cuidar el corazón no es únicamente responsabilidad del individuo: es también una tarea compartida entre familias, comunidades e instituciones.
En este Mes del Corazón, mirar lo que ocurre en Atacama nos recuerda que la prevención no es un acto aislado, sino un compromiso colectivo. Reconocer nuestras brechas, pero también nuestros recursos, es el primer paso para avanzar hacia una región donde la salud del corazón no dependa de la comuna en la que se vive, sino de la capacidad de todos y todas de proteger lo más valioso: la vida.
La salud digital puede ayudar a acortar distancias y llegar a localidades apartadas, mientras que los espacios comunitarios pueden impulsar cambios sostenibles en los hábitos de vida. Y es que cuidar el corazón no es solo responsabilidad de cada persona al elegir lo que come o al decidir moverse más: también depende de que la comunidad y las instituciones aseguren entornos favorables, medicamentos accesibles y políticas públicas coherentes.
En este Mes del Corazón, mirar lo que ocurre en Atacama nos recuerda que la prevención no es un acto aislado, sino una tarea compartida. Reconocer nuestras brechas, pero también nuestros recursos, es el primer paso para avanzar hacia una región donde la salud del corazón no dependa de la comuna en la que se vive, sino del compromiso conjunto por proteger lo más valioso: la vida.